lunes, 17 de agosto de 2015

- ¿ INMORTALIDAD O ENTUSIASMO?


¿ Inmortalidad o entusiasmo ?





Las leyes del entendimiento humano niegan que la vida pueda ser inmortal desde su origen. Si la inmortalidad llega alguna vez al hombre tiene que ser a traves de la ciencia,  es decir, un invento humano.
Una de las primeras conclusiones a la que llegó el individuo nada mas ser expulsado del paraíso o cuando se irguió sobre dos patas y alcanzó el grado de homo sapiens, según la certidumbre de cada uno, fue darse cuenta de la intranscendencia de la vida. Por eso, para llenar el vacío interior y la desesperación que esta idea produce, se forjó una vida inmortal fuera del ámbito terrenal.
A preparar esa vida inmortal dedicó lo mejor de su inteligencia. Las primeras comunidades humanas vivían de forma precaria, pero sus obras mas importantes, aquellas que incluso han llegado a nuestros días, estaban dedicadas a señalar el lugar donde vivirían eternamente y si fuese posible, de la forma mas parecida a la vida terrenal.


Pero esa parte no corpórea a la que los griegos llamaron psique, no perdía todas las facultades sensoriales, sino al contrario, al desprenderse de la torpe materia de la que estaba hecho el cuerpo, aumentaba su agudeza convirtiéndose en una prolongación intensificada de la vida.
Aunque esta teoría, corregida y perfeccionada por la religión ha sido y es la mas aceptada por la humanidad, siempre ha habido disidentes que proclaman que con el agotamiento de la vida celular también se agota la vida espiritual.
Todas las preguntas trascendentales que se hace el hombre sobre la inmortalidad  fueron formuladas a través de los siglos, con distinta fortuna, por los filósofos. Desde los gobernantes de la utópica Kalipolis platoniana hasta los existencialistas ateos Sartre y Camus en el siglo XX, todos se han planteado, en algún momento, la inmortalidad del ser humano, bien para afirmarla, bien para negarla.


Platón


Camus y Sartre












Cuando un hombre no tiene una creencia cierta y permanente en una existencia futura, únicamente puede tener como regla de vida el subordinarse a los instintos que le parezcan mas vigorosos y superiores, ya sea buscando  el bien de otros, de los que recibirá su aprobación y cariño, o actuando en contra de la opinión general, sin recibir aprobación alguna, pero con la satisfacción de haber vivido según la guía de su conciencia.




Pero a pesar de su inteligencia, el principio general que rige la existencia  del hombre es el de la incertidumbre.  Nuestra existencia no está basada en fórmulas matemáticas cuyo resultado podemos conocer, nos es desconocida de antemano y a pesar de las diversas teorías que abogan por un principio determinista del universo, creo que en la esfera en que el hombre se mueve ese principio no puede ser considerado.
Aunque la relación de indeterminación de Heisenberg sea  fundamentalmente de orden científico,  tiene una estrecha relación con la filosofía. De hecho siempre  ha habido una innegable repercusión entre ciencia y filosofía.  “Soy mas filósofo que científico”  afirmaba Einstein.




Para que el hombre sea capaz de afrontar el desasosiego y la inquietud que produce lo desconocido, necesita de una capacidad creadora, activa e impulsora, es decir, una actitud vitalista ante la existencia. Equiparable, si apartamos su contenido nihilista, al übermensch que desarrolló Nietzsche en “Así habló Zaratustra”.



Yo, no soy filósofo, y por tanto no tengo un lenguaje propio de los filósofos, pero podría simplificar mas el argumento  y resumirlo en una sola palabra: Entusiasmo.
Si hay una cualidad que  destacaría entre las atribuibles al ser humano es el entusiasmo, entendido como el aprecio por la vida y las ganas de tener una existencia coherente con el fin de ser feliz y hacer felices a cuantos nos rodean, el entusiasmo como poder de existencia.
Si preguntásemos a la gente, la mayoría estaría de acuerdo en vivir en una especie de paraíso terrenal conseguido a través de la ciencia y la tecnología. ¿Quién no se ha imaginado alguna vez la idea de ser inmortal?
El ser humano ha sentido siempre una necesidad de inmortalidad para encontrar un sentido a la vida. El “hambre de inmortalidad” que tenía Unamuno. Desde el inicio de la filosofía se usó el termino conatus como una inclinación innata de la materia o la mente a continuar existiendo y que ha sido definido a lo largo de milenios por todas las escuelas filosóficas. Es una idea que a simple vista a todos nos agrada y reconforta, pero…. ¿Qué precio deberíamos pagar para ser inmortales?.



La inmortalidad corpórea lleva ligadas indefectiblemente una serie de premisas que podrían hacer de este hecho deseado algo al final aborrecido.
Un mundo de inmortales se parecería muy poco al que ahora conocemos, pero no necesariamente para mejorarlo. Las estructuras colectivas que conocemos, tanto en el ámbito personal como en el social y que ahora nos parecen pilares básicos de la sociedad desaparecerían.
 ¿Qué sentido tendría, por ejemplo, mantener un mismo núcleo familiar eternamente, teniendo en cuenta que la inmortalidad es un invento humano y que solo se puede conseguir por medios científicos? La procreación ya no tendría sentido y los seres humanos existentes serian siempre los mismos.




En el ámbito comunitario de la ciudad cualquier régimen o institución de tipo político sería inútil, pues ante la falta de necesidad, el requisito de las leyes dejaría de tener sentido y desaparecería el deseo de gobernar o ser gobernado.



El hombre mortal pretendía con sus creaciones dejar huella de su tránsito. Así surgieron obras literarias, descubrimientos científicos, cuadros, esculturas o sinfonías con la que perpetuarse, pero ¿qué objeto tienen estas cosas en un mundo inmortal? No existe ya la necesidad de trascendencia y por tanto desaparecería la creación artística en cualquiera de sus formas.




Y qué decir de las percepciones personales. Una sensación de tedio tiende a apoderarse de todo tipo de sentimiento. ¿Cómo apreciar la belleza de un atardecer, cuando a uno se sigue otro y otro igual? Paisajes, emociones, placeres, ideas son siempre lo mismo.
Pero es en el sentimiento mas intenso del ser humano, el amor, donde la inmortalidad dejaría una huella mas demoledora. Hablar del amor entre inmortales parece en sí mismo una contradicción. El amor necesita para ser completo procurarse de una reciprocidad para buscar la energía de convivir, comunicarse y crear. Pero en un mundo de inmortales donde no hay nada que transcurra que no hastié, el amor sería un sentimiento insignificante, apenas distinto de cualquier sentimiento de menor rango, en lugar del que debe ser motor y leitmotiv de nuestra existencia.





Acaso el ser humano no pueda ser feliz en ninguna forma, ni como mortal ni como inmortal, ya que su conciencia sufre de nocivas inquietudes que le impiden la conformidad completa con su ser, pero ya que el hombre no puede alcanzar la inmortalidad, lo que mas le acerca a ella es un comportamiento de vida ejemplar, descubrir la felicidad del presente como un milagro que merece la pena ser aprovechado.
Hoy decir una vez al profesor Tierno Galván que el entusiasmo es un don divino y el mas grande bien de los mortales. Estoy totalmente de acuerdo con el Viejo Profesor.







Documentación consultada:
ARAQUISTAIN QUEVEDO, Luis. El archipiélago maravilloso. Editorial La biblioteca del laberinto. 1º edición. Madrid 2011.
Capítulo “La isla de los inmortales” pág. 57 a 119

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