martes, 18 de agosto de 2015

- LA COPLA Y LA GENERACIÓN DEL 27. RAFAEL DE LEÓN.


LA COPLA Y LA GENERACIÓN DEL 27. 
RAFAEL DE LEON







En la vieja corrala del barrio de Lavapiés en la que nací, las radios no dejaban de emitir aquellas canciones que las mujeres cantaban mientras tendían la ropa, cosían en el largo corredor o hacían la comida, a la espera de la vuelta del colegio de los chiquillos o del tajo de los maridos.
Para un niño como yo, aquello era la música de fondo del día a día. No las prestaba demasiada atención, pero a fuerza de repetirse, inconscientemente se quedaron grabadas en mi memoria. Ni entendía que tipo de música era, ni despertaba en mi mucho interés. En aquella época los primeros discos de rock & roll comenzaron a llegar a España y a suscitar el interés de los jóvenes. Aquellas canciones parecían cosa de personas mayores.
En mi casa, como en casi todas las del entorno, convivían tres generaciones y la cultura popular, entendida como la consumida por las clases populares, estaba siempre presente. La mayoría de las personas mayores tenían origen en la emigración de los pueblos a la capital y traían consigo coplas, refranes y dichos de su tierra. Constituía, por tanto, una amalgama de las diversas regiones españolas y ese decir popular, debido a la escasez de medios de comunicación a principios del siglo XX, se transmitía de forma oral, que era la principal vía de difusión y conocimiento.
De aquel tipo de canción, que forma parte de la banda sonora de mi vida, descubrí posteriormente que constituye una parte importante de la idiosincrasia y del acervo cultural  de mi país y aunque su origen se sitúa en la escala social mas baja, fue asumida por una generación de intelectuales para darle el lustre que merece.



Desde su origen, el ser humano ha sentido la necesidad de expresarse a través de la música. Así lo atestiguan los hallazgos arqueológicos encontrados en diversas partes del planeta.
Cada comunidad ha desarrollado un folk-lore, (pueblo-saber) como lo definió por primera vez en 1846 el arqueólogo británico William Thompson, para preservar su tradición e identidad.
En la península ibérica, dentro de los territorios libres de la  ocupación musulmana, van surgiendo a finales del siglo XII  diversas lenguas derivadas del latín, y cada una de ellas lleva consigo textos dedicados a ser cantados. Desde las escritas en galaico-portugués, como las Cantigas de Santa María, o en castellano como el Cantar del Mío Cid, juglares y trovadores divulgaban oralmente sus versos para conocimiento y deleite de su analfabeto auditorio.
Toda esta serie de poemas cortos, épicos o cantares de gesta  que a partir del siglo XIV son transmitidos de forma oral, fueron recogidos debido al interés que la literatura medieval suscitó en el Romanticismo del siglo XIX, en colecciones para su posterior ordenamiento y estudio. Intelectuales como Agustín Duran en el siglo XIX y Ramón Menéndez Pidal en el XX dedicaron gran parte de su vida a su compilación e investigación. Son conocidos con el nombre genérico de Romancero Viejo.
Con posterioridad al siglo XVI y a imitación del anterior, escritores seducidos por la particular singularidad del mismo, autores cultos muchos de ellos pertenecientes al Siglo de Oro, difundieron por vía escrita sus estrofas y versos. Imitan estilo y género del Romancero Viejo, pero transforman tema y forma, añadiendo a veces estribillo. Escritores tan insignes como Cervantes, Lope, Quevedo o Góngora fueron partícipes de la creación del llamado Romancero Nuevo, que se prolonga en siglos posteriores con el ilustrado Meléndez Valdés , en el Romanticismo con el Duque de Ribas y ya en el siglo XX, Unamuno, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y diversos autores de la generación del 27.
Fue Antonio Machado Álvarez, padre de Manuel y Antonio, el creador de las “Bases de organización del folclore español”  a finales del siglo XIX, iniciándose así la creación de sociedades regionales en función de sus peculiaridades lingüísticas y culturales, con el fin de preservar y difundir tan importante legado.


Romancero Viejo. Libro de los 50 romances

 La primera música escrita para un instrumento que se conserva en la música española es la música de vihuela y quizá los primeros creadores de canciones que pretendían conscientemente que estas fueran populares son los poetas místicos del siglo XVI. Buscaban de esta manera hacer llegar al pueblo el sentido espiritual de la vida y acercarlos a Dios de la forma mas directa y sencilla como es a través de la música y la palabra.
Música de vihuela
Santa Teresa no sabía música, pero quería que en los conventos se cantase y sirviéndose de la música popular de su tiempo como base, efectuaba una transformación “a lo divino” cambiando las letras profanas de las canciones populares por sus renovadores versos, para hacerlos llegar  a la gente y hacer así mas eficaz su difusión.


Esta divina prisión/del amor con que yo vivo/
ha hecho a Dios mi cautivo/y libre mi corazón;

Así mismo, Fray Luis de León se sirvió para este fin de su amistad en la Universidad de Salamanca con Francisco de Salinas, para quien “el arte musical era algo mas que cifras o matemáticas”. En el libro sexto de su obra”De música libri septem”,  Salinas advierte que la popularidad nada tiene que ver con recopilatorios ni visiones académicas, sino con el espíritu de esos temas y con la emoción que despierta en quien los escucha.


Altísimo Señor / que supisteis juntar a un tiempo en el altar / ser cordero y pastor, confieso con dolor / qué mal hice en huir de quien por mí quiso morir.


 Dicen los estudiosos que la primera copla fue “La violetera”, compuesta por el maestro José Padilla en 1914 e interpretada con gran éxito por Raquel Meller.
Se trata en realidad de un cuplé, palabra derivada del francés couplet que a su vez procede del provenzal cobla. Quizá sea este su origen etimológico, pero su origen artístico es otro.
La jácara, pequeña composición que se representaba en los entreactos de las comedias del Siglo de Oro, cuyo tono y tema popular le daban un aire característico, podría ser el origen primero. Quevedo y Calderón entre otros insignes escritores cultivaron este género.
Deriva la jácara en la tonadilla, ya en el siglo XIX, igualmente representada en los intermedios teatrales, inspirada en numerosas ocasiones en el folclore andaluz. Jovellanos editó las primeras normas para regular su duración. De aquí procede el nombre de tonadillera dado a sus intérpretes. 
La copla nace por tanto, para ser interpretada y por ello pasa posteriormente del teatro a salas de espectáculos, cafés y finalmente al cine, donde puede ser vista por un grupo mas heterogéneo de espectadores, desde  las clases mas favorecidas a las mas populares, en una democratización de esta actividad cultural.
El estreno en el madrileño Teatro Pavón en diciembre de 1928 del espectáculo “ La copla andaluza” inició la idea de representar estampas flamencas unidas por un argumento sainetesco y sirvió de modelo cuando mas adelante la copla se llevó escenificada a los escenarios.
En el periodo republicano, las canciones folclóricas formaban parte del ocio de los españoles, quedando integradas en los espectáculos de variedades.


Un vínculo especial entre la copla y la intelectualidad surgió con motivo del apoyo a la música surgido durante el gobierno de la II República. Mediante medidas legislativas, que cambiaron la enseñanza y el método pedagógico, apareciendo una gran divulgación de las manifestaciones musicales populares.
Desde tiempo atrás, la ilustración musical española ya se interesaba por el folklore. Isaac Albéniz, autor de la suite Iberia, incorpora en ella la canción popular “La tarara”  y Enrique Granados compuso “Doce danzas españolas”.
Mención especial merece la obra de Manuel de Falla, que mostro siempre gran interés por el flamenco y el cante jondo, como andaluz de nacimiento, influenciando a su música notablemente.
Tomado del romance popular “El corregidor y la molinera”, que recogería en novela Pedro Antonio de Alarcón, Falla compuso un ballet que se convertiría en “El sombrero de tres picos” estrenada en Londres en 1919 y con figurines de Picasso.



Con ocasión de fijar su residencia en Granada a partir de 1920, frecuenta la tertulia “El Rinconcillo” en el café Alameda a la que acudía una gran parte de los estudiosos granadinos, entre ellos su amigo Federico García Lorca. El poeta se sintió pronto ligado al compositor al compartir con él su pasión por la música, los títeres y el cante jondo, colaborando ambos en diversos eventos artísticos.
Falla manifestó a su amigo Miguel Cerón la idea promover un concurso de cante, pues estaba preocupado por la posible desaparición del cante puro debido a su profesionalización. Así organizaron con el respaldo de un grupo de personalidades, entre los que estaba Lorca, Turina, Fernando de los Ríos y otros muchos, el Concurso de Cante Jondo que se celebró en la Alhambra con decorados de Ignacio Zuloaga. Pretendían diferenciarlo de otro tipo de cantes flamencos, que no gozaban de la antigüedad y el respeto que este les merecía, además de preservarlo de la adulteración que sufría y demostrar su influencia no solo en la música española, sino también en la francesa y en la rusa.


Caricatura del dibujante granadino Antonio López Sancho


También acariciaba con Lorca, la idea de crear juntos un teatro ambulante, “Los títeres de cachiporra”. En casa del poeta dedicaron ambos a sus familiares y amigos, el día de Reyes de 1923,  una inolvidable representación de títeres, en la que participo el pintor Hermenegildo Lanz, y con Falla al piano, se estrenó su versión del cuento popular andaluz “La niña que riega la  albahaca y el príncipe preguntón”.
Posteriormente Falla estrenó en Paris la versión definitiva de otra obra con profundas raíces populares andaluzas: “El amor brujo”. De hecho el libreto, realizado en 1915, estaba escrito en dialecto andaluz por Gregorio Martínez Sierra (o quizá su mujer María de la O) y se basaba en una historia folclórica auténtica. La obra se escribió para la cantante y bailarina Pastora Imperio, perteneciente a una familia de gitanos, que instruyó a Falla respecto a las canciones y leyendas, participando además en el estreno de la primera versión. A través de sus canciones y danzas populares, la obra refleja el misticismo de la cultura gitana. 

 
Estreno en el Liceo de "El Amor Brujo" con Manuel de Falla y Miguel de Molina

Federico García Lorca tenía temperamento de músico. Podría haber sido compositor si se lo hubiese propuesto, pero se contentó con mostrar su pasión por la música de manera competente, a la sombra de Manuel de Falla y Adolfo Salazar, a los que admiraba profundamente. De hecho, durante su adolescencia Federico sintió mas inclinación por la música que por la literatura. Tomó clases de piano y sus primeros intereses artísticos surgen no de la lectura sino de las composiciones para piano de los grandes autores. Sus compañeros universitarios de Granada le conocían mas como músico que como escritor  novel.
De vuelta a Granada tras su estancia en la Residencia de Estudiantes, Federico se encontró en su ciudad con Manuel de Falla, con el que tenía gran afinidad y con el que colaboró en diversos proyectos anteriormente reseñados.
Entre las colecciones poéticas de Lorca, quizá  la que mejor representa el origen andaluz y su entorno es el “Poema del Cante Jondo”, compuesto en 1921 pero no publicado hasta diez años después. Los versos de esta obra poética representan el tipo de cante que Lorca prefería, el que le provoca una emoción íntima y pretenden, como decía el propio poeta en sus conferencias, “crear en la mente de quien los oye una imagen, ilustrar las raíces primitivas de angustia y dolor”.
Con su “Romancero Gitano” obra escrita entre 1924 y 1927 Lorca pretende componer una mezcla de formas entre el estilo lírico popular y la vanguardia sobre la cultura gitana. Obra de difícil interpretación, cargada de simbolismo y de gran dificultad formal y comprensiva, que con una aparente sencillez morfológica  oculta un complicado sistema de símbolos imprescindibles para conocer el universo lorquiano.





Otra gran aportación de Lorca a la copla fue la recopilación de canciones populares reunidas en la “Colección de Canciones Populares Antiguas”, que fueron grabadas en discos gramafónicos por la compañía discográfica La voz de su Amo, con interpretación vocal de Encarnación López Júlvez “La Argentinita”, armonizadas y acompañadas al piano por el mismo Federico. Los discos tuvieron un gran éxito de público y crítica y la intérprete los incorporó a su repertorio, lo que contribuyó decisivamente a su popularización.
La colaboración artística entre el poeta y “La Argentinita” provenía  de años atrás, cuando en 1920 la bailarina y cantante había participado en el estreno de la primera obra teatral de Federico, “El maleficio de la mariposa”. A pesar de que el estreno fue un fracaso aun con el baile de la mariposa interpretado por “La Argentinita”, entre ambos se inició una amistad que sería definitiva.
Para la grabación del disco, ambos habían realizado los ensayos previos en el salón de la casa madrileña de la cantante, el mismo en el que Lorca leería en privado algunas de sus obras.
Federico amaba aquellas canciones populares y no solo se sirvió de la tradición oral de los campesinos sino que el  mismo escribió infinidad de letras que incluyó en sus dramas teatrales y cuando puso en marcha La Barraca tampoco se olvidó de aquellas hermosas canciones.
  
Caratula del disco
Unido a la música, en la copla se encuentra una letra que forma parte de la cultura literaria española. Las letras contribuyen a su popularidad, debido a que su estructura favorece la conexión con el público.
Los temas preferidos son aquellos sucesos transcendentes en la vida del ser humano: Amor y desamor; celos y traición. Igualmente podemos descubrir una crítica social o la complicidad con la marginación social de prostitutas, pobres y emigrantes.
Si algún autor consiguió aunar de manera excepcional copla y poesía es sin duda Rafael de León.
Considerado por algunos como un poeta menor de la Generación del 27, este sevillano de origen aristocrático es el autor mas prolífico y popular de la copla a partir de la postguerra.
La obra poética de Rafael de León se concentra prácticamente en un solo libro “Pena y alegría del amor” de 1941, pero su obra fundamental es la multitud de canciones que compuso. Este hecho lo sitúa en una línea de producción totalmente distinta a la que, por lo general, utilizan los poetas al uso.


Rafael de León


Pero Rafael de León emplea para la creación de sus canciones el mismo estilo literario en el que confluyeron los poetas del 27: el neopopularismo, movimiento particularmente andaluz, con un lenguaje repetitivo y cargado de imágenes, muy apropiado para dotar de fuerza y sensibilidad a la copla.
Casualidades del destino quisieron que se encontrara con Federico García Lorca en la Universidad de Granada para iniciar sus estudios de Derecho e igual que el poeta de Fuentevaqueros, no se le conoció actividad alguna relacionada con sus estudios universitarios y se dedicó a vivir de las holgadas rentas paternas. En cafés cantantes y teatros de variedades de Sevilla gastaba su dinero y hacia amistades entre la gente de la farándula y poco a poco fue descubriendo su verdadera vocación.
En este ambiente comenzó a colaborar con Antonio García Padilla “Kola”  para abrirse camino en el mundillo de la creación artística, hostil para un aristócrata como él. Por aquella época conoció, haciendo el servicio militar en Sevilla, a la que años mas tarde pondría voz a sus mejores creaciones: Concha Piquer.
Al éxito de las letras de Rafael de León contribuyo sin duda el factor musical aportado por el maestro Quiroga. El acoplamiento musical consigue ese efecto popular tan peculiar del género. El músico se nutre las tendencias musicales de principios de siglo y los ritmos y aires flamencos de Falla, Granados o Albéniz logrando una síntesis en la que toda una generación se reconoció.
Intérpretes como Miguel de Molina o Concha Piquer hicieron que la poesía de Rafael de León se cantase por uno y otro bando durante la guerra civil y la postguerra y que canciones como Ojos Verdes, María de la O, Ay Maricruz, La salvaora y muchas mas se quedaran impregnadas en la piel del pueblo español.





Existe una tendencia a equiparar copla a canción. Pero la copla es en principio un tipo de estrofa de cuatro versos octosílabos. El hecho real es que una parte de la composición ha dado nombre a toda ella. Poetas de todos los tiempos las han empleado en sus obras  y las coplas populares existen en todas las regiones, por eso me parece baladí darle una denominación.
¿Copla andaluza, si atendemos a las formas de habla, personajes y escenario? ¿Copla española si atendemos al público para que fueron escritas? ¿Es necesario ponerle  apellido a los sentimientos?  Lo que expresa y como lo expresa se puede aplicar a cualquier colectivo humano, esté donde esté.  En España forma parte de su memoria sentimental y una generación artística pensó en ella como algo autóctono, dedicándola toda su sabiduría con el fin de engrandecerla y hacerla accesible a todo el mundo. Aunque en alguna época en la que el arte era deformado, falseado o silenciado, se ha intentado aprovecharse de ella para fines ajenos a su propósito,  seguirá siempre vigente porque tiene la vigencia de la vida.

Documentación consultada:
ACOSTA DIAZ, Josefa; GOMEZ LARA, Manuel José; JIMENEZ BARRIENTOS, Jorge. Poemas y canciones de Rafael de León. 1ª edición. Sevilla. Ediciones Alfar. 1994
DEL CORRAL, Milagros. La copla en la Biblioteca Nacional de España. Catálogo. Madrid. Biblioteca Nacional. 2009
GARCIA LORCA, Federico. Obras Completas. 4ª edición. Madrid. Aguilar. 1960
ROMAN, Manuel. La Copla. 1ª edición. Madrid. Acento Editorial. 2000

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